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La profundidad de un sinsentido.


Sinsentidos, banalidades, desvaríos, sueños casuales. De esos que se escurren con un suspiro y revientan en una carcajada que normalmente la inicia el interlocutor que está justo al frente, saboreando tus palabras.

En un orden idóneo donde se junten dos -o más- interlocutores con la chispa adecuada podría lograrse más que una buena tertulia o unas cuantas sonrisas, momentos épicos que marcarán sus historias y serán trascendentales -de alguna manera- en sus vidas.

¿Entienden lo que quiero decir? Un sinsentido podría dar origen a una conversación explosiva. Que permita pasar la barrera transparente que siempre nos autolimita, haciéndonos llegar al otro lado. Al lado sensible, el humano, el artístico, el de la realidad fantástica. Donde un sin fin de ideas se ven volando a grandes velocidades, confundiéndose entre sí, pero sin chocarse o mezclarse. Ese espacio único y misterioso que permanece al acecho, esperando que te inclines a contemplarlo.

Un sinsentido puede hacer clic en nuestro simple pero complejo sistema. Y transportarnos mágica e instantáneamente a ese lugar que llamamos imaginación. Donde coexisten conejos multicolores y lobos que bailan mientras se desata una guerra biológica.

Me siento obligada a complementar estas líneas diciendo que bienvenidos a un blog que no busca ser una parada obligada, ni un lugar serio digno de ser recomendado. Esto es simplemente un rincón que no busca ser nada, porque nació sin un objetivo definido. Sin discusiones previas o planificaciones mortíferas que aunque se hagan con ilusiones, al día siguiente se recuerdan con recelo y apatía. Es un lugar improvisad. Una noche cualquiera. Por razones insulsas.

El inicio de algo. Que aún no sabemos que es.