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Gustavo Cerati


Desde principios de los 80s su voz, su guitarra y su ingenio han sido protagonistas del crecimiento de varias generaciones. Convirtiéndose en uno de los exponentes más importantes del rock iberoamericano. Como miembro de Soda Stéreo o como solista, nunca perdió esa esencia y ese sentido visionario que lleva su nombre en tinta indeleble, esencia que impide que algún otro artista ocupe el espacio que le pertenece en la historia y en los corazones de sus fans. Hoy, lamentablemente sigue bajo el profundo sueño de un coma desde que sufrió un ACV en mayo, durante un magnífico concierto en Caracas; mientras sus fans recurren a la fe para que más temprano que tarde vuelva a estar entre nosotros para darnos más de su rock y su genialidad.

Fuerza Cerati.


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Al final del día


Cae la noche, me encuentro cansada y abrumada; me detengo a pensar y hacer un pequeño recuento mental de todos los episodios del día. Empiezo entonces a registrar cuán productivo ha sido, cuanto queda por hacer y de forma inevitable, preguntarme si realmente ha valido la pena.

¿Ha valido la pena la cara gruñona al levantarme?
¿Ha valido la pena los enfados y las amarguras a causa de gente molesta que directa o indirectamente viene a arruinarme el día?
¿Ha valido la pena las discusiones eternas sin punto de inflexión?
¿Quizá lo valieron aquellas horas vacías donde desperdicie una fracción valiosa de mi tiempo?

A medida que me interrogo, me doy cuenta que en este instante no consigo entender o tan siquiera encontrar una justificación para esto. Y simplemente me conformo pensando que en su momento tuvo algún sentido.

¿Cuántas horas y cuántos días no hemos desperdiciado dejándonos llevar por sentimientos o acciones negativas que a la larga sólo nos hicieron pasar algún mal rato? Y peor aún, ¿cuántos momentos hemos desaprovechado y destruido por llevar la pesada carga de las cosas negativas que ennegrecen nuestro pasado?

Qué triste es ponerse a pensar en ello y descubrir que somos víctimas recurrentes de esta situación. Qué triste darnos cuenta cuantos minutos de la vida hemos dejado pasar sin hacer que valgan la pena.

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En el año que nací...



El mundo era un lugar diferente. Así es como whathappenedinmybirthyear.com comienza a redactar en tiempo real un texto bastante extenso sobre los acontecimientos más relevantes que ocurrieron en 1994. Desde premios Oscar y Nobel, hasta lanzamientos de películas, publicaciones de libros, inicio o fin de guerras, farándula, músic,a política y hasta deporte. Esta web se encarga de redactar amena y velozmente una síntesis de lo que estaba pasando en ese año, también hace referencias a la década y nos va resaltando las diferencias entre la época actual y el año que hayas colocado al entrar a la página (¿quién dijo que sólo podíamos introducir nuestro año de nacimiento?).

Excelente e interesante, la pena para algunos es que está en inglés. Y sospecho que a algunos nos llevará a recordar -a duras penas- cómo era la vida sin Google.

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Imagen de hoy


"Primero me moría de ganas por acabar el colegio y empezar la universidad.
Después me moría de ganas por acabar la universidad y empezar a trabajar.
Luego, me moría de ganas por casarme y tener hijos.
Después me moría de ganas de que mis hijos crecieran para poder volver a trabajar.
Después, me moría de ganas por jubilarme.
Y ahora, me muero... y de repente me doy cuenta que me poco a poco me olvidé de vivir.

Por favor, no dejes que esto te pase a ti
Valora tu situación actual y disfruta cada día... viejo amigo."

"Nosotros perdemos nuestra salud para hacer dinero,
y después gastamos todo ese dinero para traer de vuelta esa salud que perdimos."

"Vivimos como si nunca fuéramos a morir,
y morimos como si nunca hubiésemos vivido."

Esta imagen la encontré una vez navegando por Internet y no pude evitar guardarla para recordar esas palabras de vez en cuando. El mensaje tiene sus añitos y circula por el millón de páginas frases inspiradoras (inspirational quotes). Los autores de los tres pequeños textos parecen ser anónimos, aunque la frase del dinero la citaba Prem Rawat en uno de sus discursos. Anónimos o no, son palabras sabias que deberíamos tener siempre en mente. Aunque me es inevitable no recordar las palabras de Virginia Woolf, "for most of history, ‘Anonymous’ was a woman."

Los invito a la reflexión.

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Confesión cobarde


Voy a ser infantil, idiota y descontrolada. Porque así soy de vez en cuando y pretendo ahogar mis arranques en este muro de confesiones y confrontaciones.

Verán. Tengo una intranquilidad que se oculta la mayoría del tiempo, si la compañía es buena o estoy distraída con algo. Pero que sale a flote cuando estoy a solas con mis pensamientos. Sin embargo, no es una intranquilidad de esas que frustran o amargan. En lo absoluto. Es de esas que simplemente te tienen con una sensación de "no sé qué" y ya.

Soy valiente y me desenvuelvo bien con el resto. Tengo el valor para encarar a cualquier fulano e invitarlo a algo. No tengo vergüenza, a menudo olvido qué es eso que llaman pudor. Pero tengo mi talón de Aquiles. Y en esta etapa cursi y abstracta de mi vida, él es el talón de Aquiles de mi valor. Porque esa intranquilidad que viene de vez en cuando tiene origen en las cosas que giran en torno a él conmigo o a mí con él, que es igual. Porque la sencilla idea hipotética de hablarle para hacerle cualquier invitación o proposición amistosa, eleva dicha intranquilidad a la enésima potencia.

No es la tontería de no saber cómo cruzar la línea de "ser desconocidos", tampoco se trata del común caso de la falta de confianza. Mas bien, se trata de algo mucho más simple. Algo que me causa miedo y terror. Algo ridiculísimo: Un miedo abstracto a la posibilidad de hacer todo juntos; al hecho de conocer al pie de la letra todas sus historias; y compartir todo mi tiempo, mi entorno y mis planes con él. A pensar en mí para vivir por él, parafraseando al Don Frases Imposibles, Ricardo Arjona (¡demonios! Si su nombre está en esta entrada, definitivamente tengo algún problema serio).

La verdad es grave, porque no es que yo le temo a que forme parte de mi vida. Le temo al día en que sencillamente me despierte pensando que tomar un pedacito de nuestras vidas para los dos ya no es suficiente. Y por ende, me enamore perdida y rotundamente hasta el punto de sólo amar mi espacio si está él. Le tengo pánico a eso. No a que él se apodere de mi espacio, me asfixie y me robe toda razón. No. Es al hecho de que sea yo quien decida reducir los límites de mi individualidad, para regalarle -junto a la mejor de mis sonrisas- más de mi espacio. Qué cursi y detestable suena la idea.

Entonces, entre miedos, incertidumbres y noséqués, me mantengo en ese punto de la situación en el que todos los días me visto con mi orgullo más cínico para así ignorar los gritos cursis de mi corazón. Quién diría que yo -tan romántica y emocional- sería una experta al momento de dosificar cautelosamente este bojote de sentimientos para intentar detener esos desenfrenos. En vano, por supuesto, porque al final de cuentas la vida tiene una regla natural: Lo que tenga que ser, será.

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Del pasado sólo guardo...


Esas risas que aún retumban en mi mente, entre recuerdos distorsionados e imágenes difusas de rostros que en aquel entonces compartieron conmigo. Esos besos caducados que yo guardaba en secreto, en la cajita de al lado donde solía esconder el corazón.

Los silencios, las cartas, las notas absurdas, los días de estar por estar, las noches de hablar y divagar. Las primeras emociones que me hicieron estremecer y sentir el ridículo cosquilleo del enamoramiento, esas que en su momento negué y hoy extraño a rabiar a pesar de haberme enamorado al menos diez veces más desde entonces.

Las lágrimas que en su momento sabían amargas y hoy me hacen reír. Los momentos de vergüenza, los momentos de burlarse de uno mismo, los cuchicheos y la complicidad sumada a esos chistes sin gracia que tanto nos solían gustar.

Los días del colegio, la timidez y la osadía ocasional de la infancia, las preguntas incómodas y los descubrimientos casuales que hacían que el día valiera la pena. Los días de Sol jugando con gente que hoy en día me resulta desconocida. Los días de lluvia, cantando canciones a guitarra, matando el tiempo y las ilusiones creyéndome demasiado mayor como para recurrir a la cursilería.

Las películas, las buenas y las malas, las de acción y las de terror, las románticas, las insulsas. Esas que se te calan en la memoria hasta el final de los tiempos. La esencia de cada una de esas charlas sobre el sentido de la vida y las filosofías más adecuadas, las que rebosaban de imaginación. De esas en las que jugábamos ser personalidades de vidas pasadas, mientras que -a la par- planeábamos futuros que a día de hoy todavía intentamos lograr.

Las canciones de amor. Pero sobretodo las de desamor. Esas que te servían para matar el tiempo hallándole un sentido desgarrador. También aquellas canciones que iniciaban un baile desenfrenado, regalándote al menos cinco minutos de libertad. Los hits de la temporada y los de antaño. Canciones de sueños, de fe, de alegrías, de batallas perdidas. Canciones que forman parte del soundtrack de mi vida.

Aquellas fotos que me señalan que los años no pasan en vano y me susurran que son retratos de épocas donde éramos felices, y no lo sabíamos, como mucha gente dice. Fotos espantosas y bochornosas, de esas que podrían bajarte el autoestima hasta que los suspiros de nostalgia cesan con una sonrisa.

Las fiestas, los bailes, los nervios, las conquistas y las cicatrices de numerosas caídas y derrotas. Medallas que tejen mi orgullo, sentencias de que soy ciudadana del mundo y estoy dispuesta a comérmelo aunque intenten cortarme las alas.

Los enfados, los días del "o me hablas o no te hablo", las sensaciones devastadoras al decir adiós. Pero olvido cuantas veces me enfadé, cuantas veces me ganó el orgullo y cuantas veces huí o te vi marchar. No porque a estas alturas me duela, sino porque de los recuerdos sólo busco quedarme con la mejor parte y porque de los números nunca fui muy amiga.

Los sentimientos, la gente que me quiere, la gente que quiero, las promesas rotas y aquellas que buscaré mantener. Porque sí soy sensible por naturaleza ya va siendo hora de aceptarlo.

Del pasado sólo guardo...

Los libros que entre líneas me dieron un mundo interior más vasto, las huellas en terrenos equivocados para no volver atrás, las palabras de los sabios que me formaron un criterio, las lecciones aprendidas y los retos ganados que me enseñaron a perseverar. Guardo mi fe para multiplicarla dentro y fuera de los templos, el coraje de no callarme ante una injusticia, los ejemplos de cobardía que son como un espejo del bien y el mal.

Las miradas que me robaron el aliento, los cálidos abrazos, los silencios contundentes, las sonrisas más hermosas, las travesuras, las aventuras prohibidas, los errores a los que te arrastra la ingenuidad. Porque esos momentos jamás se borrarán de mi memoria.

Todo aquello que necesito y deseo contemplar ahora que he decidido dar pasos firmes siempre hacia adelante. Sin que me pese, sin que me afecte, sin que me haga dudar.

Guardo los sueños y los héroes que van marcando mi juventud para que decoren las banderas que me encuentre el día de mañana. Para que sean las brasas que intensifiquen el fuego que mantiene viva la inocencia, la poesía y la niñez de mi corazón.

Y en el bolsillo derecho un papelito con una fórmula escrita a lápiz: Suma cada momento que te sacó una sonrisa e intenta multiplicarlo siempre que puedas.

¿Y tú, qué guardas?